italo calvino













(...)Ahora los hombres habían empezado a discutir de la lluvia y el hielo y la sequía: el hijo del patrón estaba fuera de todo ello, separado de las vicisitudes de la tierra. El ojo del amo. El era sólo un ojo. Pero, ¿para qué sirve un ojo, un ojo solo, separado de todo? Ni siquiera ve. Claro que si su padre hubiera estado allí habría cubierto a los hombres de insultos, habría encontrado el trabajo mal hecho, lento, la cosecha arruinada. Casi se sentía la necesidad de los gritos de su padre por aquellos bancales, como cuando se ve a alguien que dispara y se siente la necesidad del estallido en los tímpanos. Él no les gritaría nunca a los hombres, y los hombres lo sabían, por eso seguían trabajando sin darse prisa. Sin embargo era seguro que preferían a su padre, su padre que los hacía sudar, su padre que hacía plantar y recoger el grano en aquellas cuestas para cabras, su padre que era uno de ellos. Él no, él era un extraño que comía gracias al trabajo de ellos, sabía que lo despreciaban, tal vez lo odiaban.(...)


Fragmento de El ojo del Amo

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